Por: Ma. Reneé Rendón
Robelio Méndez, un músico guatemalteco también llamado “embajador de la marimba”, falleció este dos de julio a sus noventa años, de los cuales 86 dedicó al instrumento y más de 50 a la docencia en el Conservatorio Nacional de Música “Germán Alcántara”.

Una moña improvisada, hecha con bolsas de basura negras se exponían en cada puerta del Conservatorio Nacional de Música “Germán Alcántara”, ubicado en la esquina de la tercera avenida y quinta calle de la zona uno de la capital. La institución estaba de luto pues el maestro de marimba, Robelio Méndez Miranda, había fallecido “por causas desconocidas”, a sus 90 años, de los cuales había dedicado 86 a la música, a la marimba.
El Ministerio de Cultura y Deportes emitió el comunicado de su muerte el martes dos de julio de este año. El crematorio se realizó el día siguiente. La Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala le rindió su primer homenaje con una hora fúnebre en la mañana en el auditorio, frente a sus restos, reducidos a cenizas contenidas en una sencilla caja de madera, con una rosa roja encima y una vela blanca enfrente.
Decenas de los alumnos, maestros y músicos se acercaron a mostrar su cariño y agradecimiento a la labor del maestro Robelio.

Era de San Pedro, San Marcos. Tocaba marimba desde los cuatro años. Recibió sus clases en casa, con su padre. Tenía dos hijos, “muchos nietos” y dos bisnietos. Presentó a su hija en conciertos de piano cuando tenía siete años, pero después de su divorcio, sus hijos dejaron la música; sin embargo, estaba orgulloso que uno de sus nietos estudia piano en Varsovia, Polonia.
“Ya se le olvidaban algunas cosas, primero perdió algunos recuerdos; ya en las últimas le falló su memoria de corto plazo, pero nunca se confundía en las piezas que tocaba”, recuerda con admiración Carolina Bonilla, alumna del maestro desde el 2016. “Su paso era lento, pero su memoria para la música estuvo siempre intacta”, gracias a más de 80 años de práctica.
En 1949 falleció su papá, pero siguió trabajando con su marimba. Caminaba largas distancias con su grupo, con el instrumento al hombro. Como era tan pesada e incómoda, llevaban solo un morralito, una bolsa de tela pequeña, con comida: unos tamales de viaje que partían a la hora del almuerzo, pues los trayectos eran de dos o tres días.
Su primer viaje internacional lo realizó a pie. Fueron cuatro días donde atravesaron el Volcán Tajumulco y el Tacaná, hasta llegar a Motocintla, México. “Cuando recuerdo estos detalles, intento pensar en la ropa que usábamos, éramos muy pobres. Si alguna vez tuve zapatos, eran los de mi papá”, recordaba el maestro Robelio en una entrevista antes de su muerte.

Cuando el sol se ocultaba buscaban refugio, así que dormían en los corredores de las municipalidades. Si tenían suerte, había pino despenicado en el suelo; si no, se acostaban en un petate, un tipo de tapete elaborado de hojas de tul.
Méndez compuso aproximadamente sesenta piezas para marimba. La primera vez que se acercó al Conservatorio Nacional lo rechazaron. Había ganado una beca en 1950. Para ese momento ya tocaba violín, marimba, saxofón. Quería aprender piano; pero le indicaron que tocaría contrabajo, por lo que regresó a su casa.
Ese mismo año organizaron la zona militar número seis en Quiché y era obligatorio que cada destacamento tuviera su propia marimba. Les faltaba un marimbista, por lo cual lo convocaron. A partir de entonces formó parte de “Los Chatos”. Era solista en el piccolo, la parte más aguda que normalmente lleva la melodía.
Un día, un avión de doble ala sin arranque automático cruzó el destacamento tirando boletines subversivos en contra del gobierno. Sonó la trompeta para dar la voz de alarma, armaron la ametralladora muy tarde, el avión se había ido. La revolución comenzaba.

Carlos Castillo Armas, un militar guatemalteco exiliado en Honduras organizó la contrarrevolución para derrocar de la presidencia a Jacobo Árbenz, acusado de comunista. Comenzaron a enviar soldados al campo de batalla, y cuando ya no tenían más refuerzos decidieron mandar a los integrantes de la marimba. El día que enviarían a el maestro Robelio a la guerra, fue el triunfo de Castillo Armas.
“Estábamos decepcionados por no entrar en combate, pero mi pensamiento ha cambiado y estoy agradecido por no haber tenido que matar a nadie, y por no haber puesto mi vida en riesgo”, reflexionó.
Castillo Armas visitó Quiché para darse a conocer. Fue recibido con un concierto de marimba en el cual participó el maestro Robelio. Se acercó para preguntarle dónde había estudiado. Cuando Méndez le explicó que su padre le había enseñado, le preguntó si quería aprender el instrumento de forma profesional.
Ese día se reunió con el secretario presidencial, y al día siguiente se leía en el titular de un periódico: “Joven talentoso premiado con una beca para estudiar en el Conservatorio”. Ingresó a estudiar a los 25 años.

En 1995, hizo el viaje más emocionante de su vida, cuando visitó Lucia, en San Petersburgo, “un lugar impresionante, pero claro, no con la belleza de nuestro país”; aseguraba, por un festival gastronómico en el que Guatemala participó. El maestro Robelio había sido contratado para acompañarlos con la marimba.
Un día mientras tocaba, se acercó un guatemalteco que tenía un restaurante de comida típica en ese país, platicaron y llegó al resto del festival. Le preguntó cuánto tiempo duraba su contrato: “¿Te quisieras quedar a vivir aquí?”, fue su pregunta. Después de pensarlo, algunos días, el músico aceptó y residió en Luxemburgo cuatro años, tocando marimba en el restaurante “Maya Quiché”.
Con sus baquetas en mano y tocando distraídamente las teclas de madera, Robelio Méndez confesó con convicción “me siento feliz. Como las cosas no son eternas, ya no tengo a ninguno de mis siete hermanos vivos; pero tengo a mis amigos y alumnos por lo que mientras haya palpitación, hay muchas cosas por hacer”.

Cuatro días después que falleciera, todos los alumnos de la jornada matutina del Plan Fin de Semana del Conservatorio se apiñaron en el primer nivel para rendirle homenaje, por lo que una marimba adornaba el centro del vestíbulo. La maestra Suzie de León, con la voz quebrada, da las últimas palabras y convoca un minuto de silencio.
El edificio que normalmente está inundado de las melodías de todo tipo de instrumentos se encontraba en completo silencio. Terminó el tiempo y nadie se atrevió a hablar. Dos maestros tomaron las baquetas, interpretaron “Paula María”, una pieza compuesta por Robelio Méndez, para su nieta, una pieza que, en lugar de provocar lágrimas, dibujó en los alumnos una sonrisa, pues recordaban el espíritu joven que compartía el maestro de 90 años.
Terminó la pieza, Suzie de León pidió un aplauso para el maestro Robelio, el Conservatorio entero rompió en aplausos y aclamaron con vítores al maestro que dejó un gran legado en la marimba y en la música guatemalteca. Los aplausos cesaron, los alumnos retornaron a sus clases, terminó el homenaje, pero la marimba siguió sonando por varios minutos más.