De feminista, a provida, a conferencias en Guatemala

Sara Winter es una exfeminista radical que, desde 2014 se dedica a defender movimientos a favor de la vida. A principios de marzo de este año, visitó Guatemala para impartir diversas conferencias sobre la agenda feminista, sus fundamentos y el aborto. Desde el día de su primera conferencia en el país recibió tanto críticas positivas como insultos.

“Gays en potencia” se lee en el primer comentario de la foto publicada por Winter en su cuenta de Instagram luego de impartir su primera conferencia en un colegio de varones al cual asistieron más de 200 alumnos entre 13 y 18 años. El tema tratado fue “La recuperación de la masculinidad en la lucha contra la ideología de género”.

“Dios es gay”, “volvé al circo del cual saliste”, “disculpen, se escapó un payaso”. Cientos de comentarios de este tipo decoran sus publicaciones. Su siguiente visita, un colegio de mujeres. En los próximos días empezarían a circular publicaciones en redes sociales que no dejarían pasar su visita inadvertida.

Páginas feministas comienzan a hacerle “memes”. Incluso algunas personas egresadas de los colegios donde fueron impartidas las conferencias suben a sus historias fotografías donde manifiestan su descontento: “No puedo creer que yo haya estudiado ahí”, “Me da vergüenza admitir que me gradué de aquí”.

Sara Winter fue la fundadora del grupo feminista Femen en Brasil. Fue prostituta, se practicó un aborto y sufrió violencia doméstica. Se unió al movimiento feminista con el fin de erradicar la violencia contra la mujer. Por medio de su participación en Femen realizó estudios en Ucrania para formarse en la ideología.

Según relata no encontró sus respuestas en el feminismo. Al quedar embarazada recuerda que “mis amigas feministas me dijeron que abortara, porque así tendría más experiencia empírica para luchar por la legalización del aborto”. Después de realizarlo no encontró ningún consuelo y empezó a cuestionarse sobre la credibilidad del movimiento. Si ella se había unido para ayudar a las mujeres, no se sentía ayudada.

Por ello decide abandonarlo y publica un video en YouTube donde pide disculpa a los cristianos por su comportamiento contra ellos. Tuvo un hijo y se convirtió al catolicismo. Actualmente es conferencista y se dedica a desmantelar el feminismo pues tal como expresa “no es necesario ser feminista para ayudar a las mujeres, pues el feminismo no busca su bien”.

En respuesta a los comentarios del movimiento feminista durante su estadía en Guatemala, decidió impartir conferencias gratuitas para que más personas pudieran escuchar su mensaje.

ENAMORATE

Por: María Reneé Rendón

Hace cinco minutos estaba sentado en el pupitre recibiendo clase. Le parecía un poco aburrida; por ello, no desaprovechaba ninguna oportunidad para hacer alguna broma o lanzar un comentario que pudiera sacar la sonrisa de sus compañeros.

No pasó casi nada de tiempo, pero terminó la clase y el salón se vació. Ahora, la misma persona cómica, se queda viendo, a través de la ventana, el paisaje que le ofrece la universidad. Me recuerda los videos de las canciones de corazón roto, o los personajes de las películas que van en un bus después del conflicto de las historias.

Pensé que estaba bromeando con su cara triste. Cuando una persona se caracteriza por hacer bromas en cualquier momento, cuesta determinar cuándo habla y actúa con seriedad. En ese momento, vi sus ojos llorosos y supe que no era un chiste. Le pregunté qué pasaba y solo dijo “después de un rato es cansado seguir pretendiendo que todo está bien”.

Es interesante cómo los jóvenes nos logramos ocupar todo el día. Vamos a clases, trabajamos, respondemos mensajes, le damos like a todas las fotos en Instagram, vemos nuestra respectiva dosis de Netflix, y más actividades. El horario lleno, las clases llenas, pero el corazón, muchas veces, vacío.

La falta del sentido en medio del caos diario ha hecho que nos cueste encontrar la felicidad. Creemos que es una ciencia infusa que a algunos les llega y a otros no, pero por ello es necesario saber que la felicidad, se aprende.

No es algo que nos pasa, sino cómo interpretamos los sucesos del día a día. Tenemos que voltear a ver otra vez los valores que nos logran guiar en los momentos de crisis. No nos dejemos engañar por las inyecciones de emociones que nos intenta vender el mundo. El único camino para llenar ese vacío es el amor.

Puede que parezca el consejo de siempre, pero sin importar cuántas veces lo hayamos escuchado, no se ha puesto de moda. Para amar de verdad se necesita el compromiso, sin excepciones. Es la herramienta única capaz de elevar al hombre al plano de la plenitud.

Así que, en conclusión, si tuviera a mi amigo enfrente otra vez, con esa cara larga y la mirada perdida, seguramente no repetiría el inútil consejo que le di: “intenta pensar en otra cosa”. No, ahora le diría: ENAMORATE, de las personas, de los ideales, de tus pasiones y de tus creencias, porque depende del tamaño de tu amor, la felicidad que te cabe.

Mujercitas: más que feminismo, valores familiares

Por: María Reneé Rendón

Mujercitas es una obra escrita por Louisa May Alcott en 1868; sin embargo, desde entonces, ha tenido siete adaptaciones al cine. La primera, en 1917, cuando las películas todavía no contaban con sonido, hasta la última estrenada este año en salas. Esta versión tuvo cinco nominaciones en los premios Oscar 2020 y obtuvo la estatuilla en la categoría de Mejor Diseño de Vestuario.

Es la séptima adaptación, pero me atrevería a decir que no será la última, pues el mensaje que transmite la obra se adapta en cada generación y siempre habrá alguien que redescubra su importancia y lo quiera hacer llegar a más personas a través del cine.

En general, muchas personas se concentran y enaltecen el papel de Jo en la trama. De la hermana “rebelde” que busca emanciparse de los estereotipos de la mujer y decide luchar por su sueño de ser escritora, profesión reservada para los hombres. Sin embargo, el mensaje de Alcott va más allá de la denuncia social. Es la evolución de los valores familiares y la construcción de la moral en la mujer.

Cada hermana tiene una personalidad propia. Cualquier lectora podría identificarse al menos con una por sus virtudes o defectos. Sin embargo, la Señora March, su madre, es quien juega un papel clave en las reflexiones y decisiones de las jóvenes. Sobre todo, construye su moral.

Lo que resalta es su capacidad de enseñar con el ejemplo, pues mientras su esposo se encuentra al frente de batalla en la guerra de secesión, se encarga de formar un hogar sencillo, pero con dignidad.

Logra llevar las dificultades con fuerza y valentía, sufre la falta de su esposo, pero se convierte en la fortaleza y estabilidad del hogar. Sufre la pérdida de una hija, pero no deja de alegrarse por los nuevos proyectos de las otras hermanas.

Otro de los valores evidenciados es la generosidad. Puede que no tuvieran grandes recursos, pero las hermanas no dudaban en regalar un momento de felicidad con sus obras de teatro. Además, el personaje de Meg, personaliza a una hermana mayor que es el apoyo más grande de su madre en las tareas domésticas y en el mantenimiento económico de la casa.

El buen humor está presente en casi todos los ambientes de la historia; incluso, en los momentos de tristeza, el tinte cambia a un ambiente de cercanía, cariño y empatía, virtudes que deberían estar presente en cualquier hogar.

En definitiva, Mujercitas es una obra que plasma los valores y conflictos que atraviesa cualquier adolescente. Sin embargo, como en la vida, se muestra que la familia es la escuela más importante, que edifica a la sociedad.

Comadronas: atención 24 horas

Según la doctora Marcela Pérez de la Unidad de Atención a Pueblos Indígenas e Interculturalismo de Guatemala (UASPIIG) del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MISPAS), en Guatemala se han registrado alrededor de 22 mil comadronas, quienes son las encargadas de la salud materno infantil en las comunidades rurales, por lo que brindan los servicios prenatales, atienden el parto y los cuidados postpartos de las madres y los recién nacidos.

Escucha el audio aquí

De la calle al Conservatorio Nacional de Música

El día del niño es celebrado para conmemorar y reconocer sus derechos; sin embargo miles de ellos, como Jonathan Díaz, trabajan para ayudar en la economía de sus casas. Díaz toca trompeta en las calles, pero desde hace dos años también es alumno del Conservatorio Nacional de Música «Germán Alcántara».

Escucha el audio aquí

Rectora se pronuncia acerca del proceso para la elección de magistrados

La rectora d la Facultad de Derecho en la Universidad del Istmo, la doctora Jary Méndez se pronunció acerca del reinicio del proceso de preselección de los magistrados y las acusaciones hechas por el partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).

Escucha el audio aquí

UNA MARGARITA TAN FUERTE COMO ROBLE

Entre limpiar la casa, lavar, cocinar y dejar la ropa planchada, casi no vi a Margarita sentarse, con excepción de su hora de almuerzo, el cual, como de costumbre, lo tomó con prisa.

Como todos los lunes, miércoles y viernes, Margarita llega a mi casa a las siete de la mañana, después de dejar en Patzún, Chimaltenango, a su hijo de cinco años a cargo de su esposo alcohólico, sobrio, o de uno de sus gemelos de quince años para subir en el bus de las 4:45 hacia la capital.

La conozco desde que tengo memoria, su relación con mi familia comenzó cuando mis padres le cedieron la guardianía en la casa de mi bisabuela en Patzún. En ese tiempo su esposo trabajaba en la Coca-Cola y tenían tres hijos.

Ahora, dieciocho años después, mientras yo soy una estudiante de primer año de periodismo; ellos son seis hijos, su esposo está desempleado a causa de su enfermedad y Margarita llega a nuestra casa tres veces por semana para ayudarnos con la limpieza.

Aunque la veo tan a menudo no me había detenido a pensar en la realidad que  vive día con día, por lo que ese viernes no se fue sola a Patzún; le pedí que me dejara acompañarla y pasar con ella el fin de semana.

Lo que para mí fue una aventura, para ella significaron dos intensos días en los que me abrió su casa, su corazón y su pasado, para mostrarme su origen, sus luchas y sus anhelos.

Salimos de mi casa en la Avenida del Cementerio de Las Flores, zona 7 de Mixco a las 3:15 de la tarde, para alcanzar el microbus que nos llevaría a la Colonia San Ignacio. Donde cabían seis personas entraron trece. Luego de pagar Q2 cada una por el transporte, caminamos entre cinco y diez minutos hasta la parada de camioneta en la Gasolinera Tinco al final de la Calzada Roosevelt.

Esperamos unos quince minutos hasta que apareció nuestro bus, una San Antonio “llena hasta la cara” diría ella. Yo estaba segura de que no cabíamos. La camioneta arrancó

con nosotras en la grada. Entre todas las vueltas de San Lucas sentí que era cuestión de vida o muerte agarrarse de las barras para no caerme directo en el asfalto

Margarita agarró mi mochila y la perdí de vista cuando se metió entre la multitud.  Según me contó después, logró sentarse junto a otras dos personas que se apretaron contra la ventana. Después de que la camioneta cruzó todo Chimaltenango en contra de la vía, llegamos a Patzún a las siete de la noche.

Margarita es una mujer de cuarenta y seis años, de complexión fornida y estatura superior al promedio indígena. Su piel morena está quemada por el frío, utiliza su cabello negro y ondulado hasta la mitad de la espalda recogido con un gancho; los aretes le dan alergia, pero le gusta usarlos; siempre viste con un colorido traje regional combinado con sandalias, tenis o mocasines, dependiendo la ocasión.

Sus manos están endurecidas por el trabajo de campo, y sus pies se mantienen resecos; sin embargo, lo que más la caracteriza es su franca sonrisa, que deja expuesta la falta de un diente superior.

Al bajar del bus extraurbano la noté alterada; luego de tres semanas de sobriedad, su esposo había recaído y su tercer hijo, Mynor, no había ido a trabajar para cuidar a sus hermanos y arreglar la casa antes que yo llegara.

Primero fuimos a comprar lo que cenaríamos; además, Margarita me compró un paquete de bolsas de agua potable de Q6 porque “vos no estas acostumbrada al agua de pozo que tomamos, capaz que te enfermas”.

Esperamos un “tuc tuc” que nos cobró Q6 por acercarnos a su casa. Caminamos a oscuras entre las milpas hasta que nos topamos con su perrita y a tres de sus hijos. Dos ya no viven con ella pues están casados y el otro, Tomás, de quince años, estaba trabajando.

El olor a leña quemada y tul llenaba toda la casa, una vivienda de block sin repello con dos habitaciones y una cocina que Margarita alquila por Q300 al mes. Afuera, en el patio, se encuentra el pozo de agua, una pila y un baño cerrado que usa una tela negra con algunos hoyos como puerta; adentro, un inodoro de cerámica con la cañería dañada por lo que se debe acarrear un balde para echar agua.

En la esquina de la cocina hay un cuadro de la Virgen de Guadalupe apoyado en la pared y, al fondo, una estufa sin cilindro acabada de comprar en plazos de Q80 al mes en Elektra. Actualmente cocina en un poyo, ya que no tiene los recursos para pagar el cilindro de gas. Prendieron fuego a la leña y toda la casa se llenó́ de humo. Margarita comenzó́ a preparar la cena: carne, chirmol, frijoles, tostadas, pan y tortilla. “Yo les intento dar carne una vez a la semana al menos” me contó.

Como no hay mesa, Mynor y Esteban fueron a comer a uno de los dos de la casa. Brayan, el de cinco años, se sentó́ en el suelo y Margarita, en una caja. Insistieron que me sentara en el único banco de plástico de la casa. “Mari, Mynor te compró un tenedor y una cuchara para que comas, nosotros siempre comemos con las manos”, me dijo entre risas.

Toda la familia duerme en una sola habitación, los seis se reparten en una cama y un colchón en el suelo “así es más fácil saber quién llegó a dormir y quién no”, me explica ella. El otro cuarto funciona como armario y bodega; ahí guardan el tul, la ropa en costales y una cama, donde me hospedé estas tres noches.

El día siguiente comenzó́ a las ocho de la mañana con el llanto de la perrita, los mugidos de las vacas del vecino y la noticia de la muerte del suegro de su cuñada, don Cristóbal. Luego de desayunar, Margarita, Brayan y yo nos pusimos en camino a la aldea de Chuinimachicaj, donde vive una de sus seis hermanas, a quien Margarita quería que conociera. Tomás y Mynor se habían ido a trabajar antes que despertara y Esteban se preparaba para buscar un oficio de un día.

Para llegar a Chuinimachicaj es necesario caminar de quince a veinte minutos a la parada de bus, y como no había buses directos, tomamos uno con ruta a Chichoy que nos dejó́ en la entrada de “Chuini”, como le llaman. Caminamos aproximadamente otros veinte minutos en un camino de terracería con una densa y fría neblina.

Llegamos a la casa a las 11 de la mañana. La hermana de Margarita invitó a pasar a su sala. Comenzaron a hablar kaqchikel entre ellas, pues a doña Tere se le dificulta el español.

Como pudo, me contó que sus hijas también trabajan de empleadas de limpieza en la capital, una es viuda y le dejó a su cargo a sus dos hijas pues ella vive en la casa donde labora. Me contó que “está muy flaca porque trabaja con una venezolana que está a dieta y, por lo tanto, todos están a dieta”.

Fuimos con Margarita y Brayan a traer el pan a un pickup. Cuando regresamos, doña Tere y su cuñada Ana ya estaban preparando el almuerzo, o, mejor dicho, estaban matando nuestro almuerzo: un gallo.

Margarita entró a la cocina a sacar el agua hirviendo para desplumarlo, lo pusieron en un balde y Brayan se acercó a husmear “Brayan alejate que si no está bien muerto va a salir corriendo ahorita que le echemos el agua”. Por suerte, el gallo estaba muerto.

Mientras que se cocía el caldo, llegaron más familiares; entre ellos, Karen, la única mujer de Margarita. En total, almorzamos once personas sin cubiertos, cada quien donde podía, pues tampoco había comedor. Luego, nos despedimos, pues Margarita quería enseñarme, a pesar de la lluvia, Xeatzan Alto, el lugar donde creció.

Salimos de la casa para tomar el bus de las 2:45 de la tarde que nos dejaría en la entrada de la aldea. Empezó a llover, llevábamos una sola sombrilla y Margarita no quiso usarla para que yo no me enfermara. Caminamos casi media hora cuesta abajo en un camino hecho de adoquines, cemento y lodo.

Finalmente, con las piernas temblando encontramos a su hermana Ana en su patio, mientras confeccionaba un güipil y su nieta una faja. La niña escondió su cara cuanto intenté ver el detalle de su tejido. La razón de su timidez eran las grandes cicatrices que cubrían la mitad de su cara y cuello.

Margarita me explicó que su mamá, en un ataque de histeria, le había tirado agua hirviendo. Desde entonces vive con su abuela, doña Juana.

El olor a monte y tierra mojada hinundaba el lugar cuando llegamos; cuenta la leyenda que unos venados llevaron la arena blanca que decora el paisaje del lugar. La aldea donde creció es muy fría y la mayor parte del lugar son siembras de arbeja, maíz y frijol.

El terreno es montañoso; con caminos descuidados y lodosos gracias a las fuertes lluvias. El ambiente está sumido en un profundo silencio, el cual se rompía solo con la voz de Margarita cuando saludaba o las risas y exclamasiones de Brayan.

Margarita nació en una familia pobre dedicada al cultivo y la confección de trajes típicos; además, su madre, quien falleció hace catorce años, era comadrona. Fue la última de diecisés hermanos y tuvo la oportunidad de estudiar hasta sexto primaria ya que la situación de su familia era mucho mejor por el trabajo y la mano de obra de sus hermanos en el campo. Aprendió a confeccionar en casa y el español en la escuela; se casó a los dieciocho años y al año sigiente tuvo a su primer hijo.

La casa donde creció está ahora habitada por su cuñada, Doña María Nazaria con sus hijos y nietos. Doña María no habla español, enviudó luego que su esposo fue asesinado aparentemente por sus mismos famiiares en 1997; sin embargo, nunca se llegó a saber la verdad. Margarita no había regresado a su aldea natal desde hacía cuatro años y era impresionante cómo todos sus parientes la recibían en medio de bromas y risas, como si no la hubiesen dejado de ver.

Con la caída de la tarde visitamos a su hermana Francisca, quien urdía el hilo que utilizaría para tejer un güipil. Es una comadrona certificada y ayudó a Margarita a tener a su primer hijo, hace veintiocho años, Vinicio; y al último hace cinco, Brayan.

Retomamos nuestra caminata para alcanzar el bus de las 5:45 de la tarde hacia Patzún, pero la parada más cercana quedaba en otra aldea: Xeatzan Bajo. Tuvimos que caminar otra media hora entre milpa, plantaciones de arveja y la orilla de un barranco.

El bus que iba a Patzún se detuvo. Con toda la lluvia, los vidrios estaban empañados. El “brocha” estaba estilando; el chofer ya ni se molestó detenerse en las siguientes paradas.

Brayan se quedó dormido al instante. Cuando llegamos a nuestro destino, nadie lo pudo despertar así que Margarita cargó a su hijo durante más de quince minutos tapándolo con lo único que tenía, su delantal, hasta que llegamos a la casa.

La cena fue huevo con frijoles. Su esposo llegó tan borracho que se cayó en medio de la cocina. Mientras nos calentábamos con el fuego, hablamos. Me dijo que había cumplido veintinueve años de casada, y que, en ese tiempo, su esposo, Eusebio o Chevo, como normalmente lo llaman, solo le había pegado una vez.

“Cuando me casé hice un compromiso con Dios que se debe cumplir, la ventaja es que el Chevo no molesta, no pega”.

Le pregunté si pensaba inscribir a Brayan el año que viene a la escuela o a algún colegio del pueblo. “Quisiera meterlo a un colegio, estoy cotizando, ya fui al San Bernardino, pero es muy caro, cuesta 175 quetzales al mes, y ya 75 es muy caro”, me contó.

Margarita trabaja tres días a la semana en mi casa, gana Q100 al día, pero gasta Q26 de pasaje. Además, trabaja con frecuencia en la fundación Ixoquí, que busca empoderar a la mujer del campo por medio de la profesionalización de su trabajo.

Ahí recibe pedidos de canastas de tul, las cuales  le toman dos horas cada una y vende a Q50. Mynor, Esteban y Tomás también la ayudan con el dinero que ganan en sus respectivos trabajos. Por tanto, sus ingresos mensuales no son constantes; sin embargo, reune alrededor de Q2000

Además del alquiler y comidas, Margarita está pagando un terreno propio de una cuerda a Q100 mil para construir su casa, hasta ahora ha pagado el 30% y piensa reunir lo que le falta con sus ahorros y la venta de un terreno familiar, que está valorado también en Q100 mil y se lo están pagando en cuotas de Q10 mil al mes.

Mynor tiene más de veinte años y llegó hasta tercero básico, pero “primero Dios empiezo mi carrea el otro año y si se puede voy a la universidad” me dijo. Actualmente trabaja en una carpintería. Gana Q40 al día.

Karen, de veintiséis años, es la única de sus hijos graduada.Estuvo becada los últimos dos años, pero como no fue suficiente, Margarita vendió sus güipiles y su corte para pagar la mensualidad.

Actualmente está casada, tiene una hija y trabaja de maestra en una escuela dominical. Cuando puede, le hace el mercado a su mamá.

Los gemelos llegaron hasta tercero primaria, y, al no ganar el año más de una vez, decidieron salir a trabajar. Actualmente Tomás gana Q40 por jornada como asistente de albañil y Esteban busca trabajos por día o se queda en casa para cuidar a Brayan y cocinar.

Vinicio, que trabaja como administrador de una miscelánea, terminó su carrera en el colegio de mecánico automotriz, pero no le dieron el titulo porque estaba moroso con el pago de la colegiatura. Margarita prestó cinco mil quetzales en el banco, pero, cuando llegó al colegio, la deuda ya iba por once mil.

“Yo lo odio hija, odio al Chevo por esto”, me dijo con lágrimas “él tenía trabajo en la Coca-Cola, no pagó y ahora el Vinicio no tiene papeles”. 

Al día siguiente fuimos a la aldea de Chichoy, donde comenzó su vida de casada. Salimos de la casa, y en una esquina, tirado en el suelo, estaba Chevo, borracho. Margarita solo le quitó el teléfono y siguió su camino.

Me llevó a su primera casa, donde nacieron Vinicio y Mynor Orlando, quien falleció sin saber la causa. “Un día empezó́ a llorar, pero como mi mamá no estaba, no sabía que tenía y a los tres días se murió”.  Visitamos el lugar donde se corta el tul para canastas y petates. En su última venta, Margarita recaudó Q1,020. Logra hacer seis u ocho canastas al día.

Esteban preparó pollo frito para el almuerzo. “Cocina rico, esperamos que cuando cumpla dieciocho vaya al Intecap para estudiar de chef”, dijo Margarita.

Por la tarde, fue el entierro de don Cristóbal bajo una tormenta; y, con el ataúd al hombro, más de cincuenta personas acompañaron a la familia de la catedral al cementerio.

El lunes por la mañana, día de trabajo de Margarita en mi casa, salimos de la casa a las 4:30 am, la neblina era tan densa que no se miraba el final de la cuadra. Luego de caminar unos veinte minutos, encontramos una camioneta “Tropicanita”.

Fuimos las primeras en subir. Aproveché a acomodarme y no desperté́ hasta llegar a la capital a las 7:30 am. Desde la parada de la Roosevelt tomamos una 40R de regreso a San Ignacio, para finalmente, tomar el busito y regresar a mi casa. En pasaje gastamos Q14 cada una.

Al regresar, no miré a Margarita de la misma forma. Fue impacte descubrir su nobleza y bondad al mostrarme su hogar, su origen, su familia, sus penas y alegrías. Más que una crónica fue un encuentro muy personal con la mujer que llega a mi casa tres veces por semana con una sonrisa en el rostro a pesar de sus dificultades.

Ahora, estoy muy agradecida y me siento muy afortunada de compartir gran parte de mi vida con una mujer luchadora, sumamente positiva, trabajadora y tan humana como Margarita.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar